LA FLOR DEL ODIO
La última vez que estuve en Barcelona vi un grupo de unos doscientos chicos y chicas de apenas catorce años que se disponían a participar en una manifestación independentista y que esperaban a que llegara un mosso para que les abriera paso entre el tráfico para arribar a no sé qué plaza en la que estaba convocado el inicio de la marcha. Los muchachos iban perfectamente ataviados como en una romería: esteladas al cuello, banderas y pancartas en las que se podía leer que España era un país franquista y dictatorial y más cosas de este tenor. Salían de clase y había sido en clase el lugar en el que les habían metido en la cabeza toda esa basura supremacista e identitaria (con el complemento perfecto de esa máquina horrenda que es TV3). La estrategia de la inmersión lingüística y de la escuela catalana como catalizadora de una nueva mayoría fue la ingeniería social diseñada por Jordi Pujol (con la aprobación primero de González y después de Aznar) en los años ochenta y noventa. Aquella semilla ya ha germinado y es la flor del odio la que se ha adueñado de una parte de la sociedad catalana que camina hacia un avispero terrible con una clase política absurda e idiotizada que con Artur Mas a la cabeza ha colocado a su país al borde del abismo. Paralelamente, una buena parte de la izquierda española ha aplaudido el desastre del ‘procés’ y ha justificado la rebelión de una de las zonas más ricas de España como si fueran parias de la tierra pidiendo pan y libertad. Duele ver esa Cataluña nocturna incendiada, ese Torra mano a mano con Ibarretxe ocupando una carretera, esa gente con extintores apagando coches calcinados. Es la flor del odio que ha abierto todos sus pétalos y que es necesario cerrarla cuanto antes.