FUI SOBRIO CON VOLUPTUOSIDAD
Si usted es un fanático de la gloria, tenga cuidado con las peluquerías, escribió Pla, que pidió al aspirante al fervor de las multitudes que se resguardara también de locales igualmente grotescos como las redacciones, los halls de los hoteles y los talleres de las modistas. ¿Qué es la gloria?, me pregunto ahora en estos tiempos de cambios tan divertidos como especialmente lacrimógenos. Llorar es un efecto perverso de la gloria, llorar como un sauce tras la tormenta y resguardarse del viento para que se sequen las lágrimas. La gloria es efímera como los cargos. A algunos les ha durado el puesto más de dos décadas y les ha parecido poco porque los acontecimientos se suceden a la velocidad de los suspiros. La moqueta quema, dicen. El suelo se conmueve bajo los pies de generosos mocasines. Y es fascinante contemplar a los supervivientes, que siempre flotan entre las olas encrespadas de las marejadas electorales y las marejadillas de los despachos. Busquen la gloria en los periódicos. Recuerdo el placer del desayuno de un viejo consejero cuando rastreaba las páginas de los diarios y en todas estaba él, en acto y en potencia. Qué rico le sabía aquel café antes de acercarse a la peluquería a que le recompusieran el tupé. Todos somos esclavos de nuestra necedad. Yo el primero, que canto a la gloria como un asterisco que siempre quise poner al lado de mi nombre y que nunca me atreví a colocar. Le dejo a usted, querido lector, que imagine ese adjetivo, esa perversión de mi pensamiento glorioso y tiznado. «Comer demasiado es un vicio romano, pero yo fui sobrio con voluptuosidad», que puso Yourcenar en los labios de Adriano cuando supo que ya no podía volver a montar a caballo. Y ya era hombre muerto, sin trampas y sin gloria, pero con memorias. o Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja