EL ESPECIALISTA
La vida está llena de especialistas. Seguramente usted tenga uno a su lado. Lo ha reconocido al instante pero nunca se lo diría porque el especialista tiene poder y no duda en usarlo en su exclusivo interés. Suele tener pinta de tipo apocado, el gris aquel de Sabina. Siempre pone buena cara y se manifiesta con inusitada educación; a veces se le desata la verborrea porque el pelo de la dehesa permanece ahí, agazapado, y de pronto surge y le brilla la herrumbre de sus dientes amarillos y un puntito sórdido de baba en su comisura. Por eso apenas se ríe y evita la distancia corta. Mata con su mano, pero este tipo de sujetos se vale de ‘verduguillos’ acomodaticios a los que sin duda acabará destripando a través de nuevos pelotas sustitutos que también morirán. El especialista lo hace todo a hurtadillas, los paseos, los recados al jefe máximo y el silencio de sus averiguaciones. Le gusta la jerarquía porque se muere por ser la cúspide del triángulo. Agustín García Calvo definió al especialista en uno de su poemas máximos: ‘La cara del que sabe’. Él los encerró en la cárcel del verso. Usted y yo nos reímos imaginado quién puede ser el que le asestará el estoque mortal por la espalda –la máxima heroicidad del cobarde–, los ojos vidriosos sin ira porque no le hierve la sangre; prefiere la cocción lenta, el bacalao al pil-pil al golpe recio de fuego. Yo le sumerjo ahora en el papel de esta columna sin fuste para que cuando el especialista de turno la lea y comprenda que estoy pensando en él, comience a urdir sus planes, su venganza engreída, su voluntad de hiel. ¿Qué broma es ésta? Esteban Ordóñez escribió que Julio Camba no fijaba posiciones; ensayaba paisajes. Humildemente, el especialista es el paisaje tenebroso que se me ha ocurrido para hoy. o Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja