WOODY ALLEN Y EL ODIO

España se ha convertido en un país extraordinario. De pronto aparecen los de Bildu y le explican a Woody Allen, un fascista de 83 años, que no es digno de rodar en San Sebastián. Odiémosle, el odio se resbala de sangre en los comunicados abertzales que hoy acusarían a Gregorio Ordóñez de ir a provocar cuando lo mataron en el bar La Cepa de la parte vieja de Donosti mientras comía una tortilla de bacalao. La cuestión es odiar, y odian limpiando con lejía el suelo que sueña con la libertad. Odian y explican su odio los bildutarras: «Tiene sobre sus espaldas la denuncia de abuso sexual por parte de su propia hija adoptiva (...). Hoy por hoy en EEUU no le financian las películas ni sus propias memorias y en enero de 2018 una plataforma feminista de Asturias pidió que se retirase el busto que tenía en Oviedo». He aquí las razones, todo cuadra, aunque ni Bildu ni yo tengamos repajolera idea de si Woody es culpable o no y las acusaciones Mía Farrow son ciertas. El caso -que se destapó hace más de 25 años- se cerró sin que la justicia encontrara pruebas para inculparlo. Bildu le odia porque no es capaz de odiarse a sí misma. Su reflejo totalitario ciega su retina calcinada por el reflujo de las pistolas ante las que callaron como esclavos que son de su propia dinamita. Probablemente Woody Allen no sea un santo; ni lo sé ni me importa. He disfrutado con su cine y pienso seguir haciéndolo, celebraré su película donostiarra aunque sea un truño porque significará una nueva victoria frente a los irradiadores profesionales del odio. Odian porque no sueñan y odian ocupando causas que tienen cierta aceptación social para hacerse los buenos. Son escoria, escoria que odia, pero escoria al fin y al cabo. o Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja