SANZ, CENICEROS Y OTRA VEZ SANZ
La noche del domingo me acordé de Pedro Sanz. Cerré los ojos y tuve la sensación de que se me apareció subido en cualquier mecanismo de aquellas ferias que siempre inauguraba con una foto graciosa. Lo mismo se comía unas guindillas escabechadas en Salical –¡qué tiempos!–, que se tumbaba en una cheslón en la Feria del Mueble de Nájera o se encaramaba a una grúa en Construmat con un casco verde y brillante protegiéndole la cabeza. Era genial verle llegar con su séquito y saludar a todo el mundo como sólo saludan prohombres como él. O eso parecía, porque Pedro Sanz jamás saludaba al que no tenía que saludar. Aquí y allá, en su partido y hasta en el Consejo de Gobierno. Él siempre estaba dirigiendo La Rioja: en una romería en Ábalos o en un encierro en Rincón de Soto. No descansaba, y no descansó nunca, quizá ahora tampoco descanse porque a buen seguro que estará barruntado la derrota como suya. Tan larga ha sido su sombra que el severísimo correctivo que ha sufrido el Partido Popular en casi todos los ámbitos y espacios de la política riojana es básicamente una bofetada a su recuerdo. No se supo ir a tiempo; se escapó fuera de hora y se quiso quedar cuando se había ido. Ceniceros, aquel hombre siempre a su vera, dijo no. Y el PP se deshilachó en conspiraciones y en un sálvese quién pueda tan dramático que las guerras de las Termópilas fueron una broma al lado de los previos de aquel congreso de Riojafórum. Cuando se repartieron los puestos de la última lista sólo se entregaron salvoconductos personales para el futuro de cada interesado. Hace tiempo que el PP se sabía derrotado y sin impulso regional ni municipal para transformar casi nada. Como si el aliento que faltaba se hubiera gastado en peleas internas contra el pasado. o Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja