VOTAR DUELE MÁS QUE NUNCA
El pánfilo buey Marius mordisquea una ramita que sensiblemente le ofrece la candidata del Pacma. Garrido, uno de esos tipos con ideales que tanto abundan en el panorama, salta de un barco que parece hundirse a otro que dicen que todavía flota. (Soraya apura la copa por si hay debacle, ¡ojo!). Y Sánchez parece ingrávido cuando profundiza en la misma nada de su discurso y divaga sobre el cambio climático al preguntarle por enésima vez ante los indultos a los cabecillas del golpe. Pablo Casado vacila entre caerle bien a Gabilondo por la vía de Maroto o rebañar votos a través de Díaz Ayuso, que parece salida de un póster de la Sección Femenina. Rivera sigue con su tenderete de artefactos inútiles y Pablo Iglesias se ha sumido en la lectura de la Constitución Española mientras ondea la bandera independentista de Canarias y se viste de franciscana moderación en los debates. (Ya no le cree nadie, sólo Garzón, que rivaliza con la nada). A Abascal lo llevan en volandas el descrédito de los partidos, la demagogia de la izquierda que ha olvidado a España, la conversión del PP en una oficina de empleo y la rendición de las obsoletas estructuras de poder en décadas de desafío del supremacismo catalán. Me temo lo peor en estas elecciones absolutamente imprevisibles. El debate riojano resultó pobrísimo con los candidatos uncidos al yugo del pánfilo buey Marius de la obediencia debida del argumentario mil veces recitado. ¿A quién votar?, me pregunté absorto en la contemplación. Siempre he metido las papeletas en las urnas a la contra, unas veces con las pinzas en la nariz; otras, las más, con el voto repleto de poemas metafísicos. Votar duele más que nunca aunque hace mucho tiempo que votar no era tan necesario como ahora. o Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja