TEMBLOROSOS Y TEMBLOROSAS
Los políticos andan de los nervios. Si uno se asoma, aunque sea levemente a sus quisicosas en los periódicos, se les ve crepitar como lucecillas trémulas en tardes que se niegan a convertirse en crepúsculo. Quizás ya se saben condenados a que ya no van a ser más y como en un periodo tan corto se van a disputar tantos espolones electorales y tantas cátedras pueden quedarse vacías, los nervios les trepan desde las uñas de los pies hasta la coronilla como una carrera de hormigas indescifrables. Se les ve temblorosos y temblorosas, claro. Y es que primero hay que colocarse en cada casa, pelarse la barba con cualquier conmilitón que se interponga para situarse bien en la trinchera: un puesto por debajo de la rasante puede convertir los próximos cuatro años en un invierno insoportable. Que no te salude nadie, el miedo al vacío telefónico, al sustento incierto, la vulgaridad de regresar al humus ciudadano convertido en lo que habías sido antes de la espuma de querer serlo todo. Los que más me impresionan son los ‘siemprevivos’, los que no se sabe muy bien cómo estiran su presencia en las listas sin relumbrón pero siempre están ahí; mejor dicho, allí, donde sus señorías se aletargan coleccionando legislaturas culiparlantes sin que nadie repare apenas un segundo en ellos. Son invisibles, intangibles, tienen la forma del agua porque da igual que les lidere Jaimito o Carpanta, el abominable hombre de las nieves o Santiago Segura. Otros que me encantan son los ‘guadaniescos’, los que parecía que la tierra se los había tragado y que sin embargo tienen la capacidad de emerger como un géiser y aparecer enarbolando cualquier bandera que habían guardado en el trastero. Así son. Exactamente como nosotros porque somos ellos. o Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja