La semana pasada escribía de los fachas contemporáneos, una especie de políticos que en sus diferentes familias han ido campando por los escenarios del poder a sus anchas y que poco o nada tenían que ver con aquel estereotipo de Martínez ‘El Facha’ del dibujante Kim, que representaba la nostalgia de franquismo y que caló de una manera extraordinaria en el subconsciente colectivo. El facha actual ya no es patrimonio de la extrema derecha, hay fachas en casi todos los despoblados mentales que inundan las ideologías totalitarias de toda la esfera del pensamiento político. Por ejemplo, las atrocidades que ha escrito Torra de los españoles apenas han tenido eco más allá de la burla y el despiporre porque surgían del fondo de armario de un partido teñido de socialdemocracia, que es como una lavadora donde se centrifuga casi cualquier cosa para salir indemne y políticamente correcta. Si estupideces similares a las de Torra hubieran brotado de la derecha española, el calificativo de fascista alumbraría cientos de sesudos artículos en periódicos que todos conocemos y en televisiones que me niego a frecuentar ni un minuto más. Ahora ha surgido Vox, una derecha recalcitrante a la que se empeña Pedro Sánchez como nadie en agitar y aventar porque sabe a la perfección que esa bandera del miedo va a encontrar un eco al vacío de sus propuestas y una unión radical con el mensaje de sus socios de gobierno. Es el lobo Vox, el bicho que estaban esperando para intentar confundirlo con el PP y Ciudadanos y que, en perfecta comunión con Tezanos, dibujar un panorama idílico para un futuro gobierno del PSOE con Podemos y ERC, ése que asoma su patita en Barcelona con Roures, Rufián y el siempre inevitable Miquel Iceta.