LAS RAMBLAS
Conforme se acerca el aniversario del atentado yihadista de Barcelona se acentúa más la sensación de que el hedor del llamado ‘procés’ aniquila cualquier reflexión sensata sobre las causas, los orígenes y la cantidad de cabos sueltos que quedaron por esclarecer tras aquella terrible jornada y la caza humana que se desató a continuación (de la que todo el mundo parece haberse olvidado, especialmente los fans de Trapero). La manifestación cívica organizada días después se convirtió en una siniestra algarada contra el Rey y la Democracia española y ahora todo comienza a fluctuar de nuevo al compás que quieren imponer Puigdemont, Torra, la CUP y las nuevas SA ‘nazionalistas’ en forma de comandos para la defensa de la república, un nombre que tiene un tufillo realmente vomitivos. Apenas unas semanas después del atentado estuve en Barcelona en un concierto de los Rolling Stones y al abandonar el estadio olímpico me encontré en medio de una riada de algo así como 50.000 personas que caminaban por una oscura avenida en la que coches y furgonetas compartían al ralentí el discurrir de aquella marea humana. No había autobuses, ni metros, ni taxis. Nada. Cuatro policías mal contados. Aluciné. Si en aquellos vehículos hubiera ido un terrorista la carnicería podría haber sido brutal. Pero nada. Me sentí indefenso y abandonado, como tantos ciudadanos que no podían creer lo que estaba pasando. Como no sucedió nada no apareció ni una mísera línea de aquel despropósito. No había bolardos en las Ramblas y casi ningún medio catalán ha vuelto recordar aquella mueca trémula de la alcaldesa Colau cuando sonreía mientras insultaban a Felipe VI. o Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja