EL PUENTE
El puente es una impresionante película alemana de finales de los años cincuenta en la que se describe con absoluta crudeza la historia de unos adolescentes de un pueblecito del interior del Reich a los que se les encomienda la suicida misión de defender un viaducto de la embestida final de los aliados en la II Guerra Mundial. Los muchachos piensan, enardecidos por el furor de la propaganda nazi, que están sirviendo los intereses de su patria pero en realidad lo único que hacen es contribuir a sostener la espiral absurda de muerte y violencia de unos jerarcas que sólo veían en su locura fanática una salida: conducir a su pueblo mucho más allá del exterminio. Aquel puente carecía de cualquier valor estratégico en el discurrir final de una guerra que ya estaba resuelta desde 1943 con la derrota de Stalingrado. El puente era un mito, un asidero para sostener la terrible entelequia de que un sacrificio más allá de la razón era lo mínimo que se podía hacer por la Alemania hitleriana de los mil años. Los muchachos se dejaron la vida. Murieron y mataron por aquel pasadizo y cuando el dolor era más que insoportable, un oficial del ejército alemán les dijo que había que volar lo que habían defendido hasta la extenuación. Uno de ellos mató al militar por la espalda. «Era mi obligación», sollozaba segundos antes de ser acribillado por otro soldado alemán. Minutos después los tanques americanos pasaban por el puente directos hacía el corazón de Alemania. Digo todo esto porque a veces veo lo que pasa en Cataluña y creo que hay muchos puentes absurdos defendidos desde la locura por ciudadanos gracias al fervor de una élite enardecida que da la sensación de que ha perdido cualquier contacto con la realidad y que todo vale para llegar al suicidio colectivo. o Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja