AMORÍOS REMOTOS

Qué pensaría el aita Sabino Arana si supiera que hasta él en uno de sus ancestros más remotos era el fruto de una relación entre neandertales y denisovanos. Dos homínidos de distintas especies a los que de cuando en vez les daba por cohabitar y aparearse tan ricamente en la espesura, a salvo (o no) de miradas indiscretas o de los jefes de una tribu que paradójicamente estaban más adelantados y eran más permisivos que muchos de los pensadores (frente enjuta) del cariacontecido mundo libre que nos rodea. Paradoja de paradojas. Y sucedió hace más de 40.000 años, sin derechos históricos, sin lacitos amarillos, sin lenguas vernáculas y, obviamente, sin hechos diferenciales. Resulta que iba por la tundra siberiana una señora neandertal y se cruzó con un señor denisovano (o al revés). Se miraron, se gustaron y sin papeles de por medio procedieron a hacer lo que tanto placer nos da hacer y más cuando no te lo esperas hacer. Fruto de aquel primitivo amor, encuentro furtivo o relación estable entre ambas criaturas, llegó al mundo una chica neandertal-denisovana. Tan rica ella. Un milagro, porque tal y como ha explicado uno de los descubridores de tan maravilloso hallazgo, «los neandertales y los denisovanos puede que no tuvieran muchas oportunidades de conocerse, pero cuando lo hicieron, se debieron aparear con frecuencia, mucho más de lo que pensábamos hasta ahora». No me digan que no es maravilloso que tales amoríos sucedieran hace miles de años y que sigamos todavía preocupados por colocar sobre la mesa toda la basura identitaria que escupe charcos de odio en el alma, que diferencia a los mejores del resto del mundo. ¡Ay Sabino! o Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja