La nieve de Andoni

He leído en una entrevista a Andoni Luis Aduriz que nos movemos en una dinámica de incertidumbres. La nieve matinal del miércoles se fundió con la lluvia de la media tarde. La belleza blanca, inmaculada del amanecer, fue disipándose lentamente en una descomposición de un paisaje que se descascarillaba a la vez que se asomaba el fondo de siempre: la verdad verdadera, lo que permanece, sea asfalto, adoquín o camino de tierra, prados de verduras o los esqueletos de las obras interminables. La nieve maquilla nuestros paisajes habituales; en estas latitudes provoca un asombro de postal, un cierto exotismo provinciano y virginal. Ves nevar y te quedas absorto y asombrado como cuando los de tierra adentro contemplamos el espectáculo batiente de las olas. Una tras otra, sin descanso, sin interrupciones, con ese sonido que acurruca sin adormecer. Mirar el mar tiene un efecto magnético. Es parecido a la nieve pero con la salvedad de que los copos traen con ellos el valor de lo efímero. Siempre nieva poco y dura poco la nevada. La incertidumbre que decía Andoni me la imagino como una nevada imposible. Una nevada que no maquilla, que no redondea alcores, que deja los precipicios de la vida tal y como son. Huérfanos de explicaciones, pendientes de un hilo, abocados a la media tarde y que no se vaya deshaciendo el paisaje con el que habíamos soñado tantas veces. Hay una mecánica inexplicable e inestable que es pura contradicción. Me cayó un copo en la palma de la mano. Le di la vuelta y apareció en el dorso. ¿Era el mismo? Quizás la incertidumbre sea nuestro mejor amparo ante la muerte, quizás no saber tanto como creemos saber sea el verdadero refugio del hombre moderno, ése memo que cree tenerlo todo bajo control aunque no nieve. # Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja