MISERABLES BALANCES
A veces me pregunto en qué consiste ser periodista. Si merece la pena (o mejor dicho, si es lícito) coger un micrófono y metérselo en la boca de la madre de ‘El Chicle’ para saber qué diablos piensa de su hijo. No estoy muy seguro si los lectores nos piden que nos introduzcamos en las entretelas de la muerte y el dolor ajenos y divaguemos indecorosamente sobre la relación que mantenían los padres de la desafortunada Diana Quer, sus amistades, sus desamores, sus desencuentros. La conmoción que genera en la sociedad un caso tan brutal como la violación, el asesinato o la desaparición de una joven lo convierten algunos medios concretos en un circo sin límites donde parece que todo delirio esté permitido. Quizás los periodistas nos hayamos convertido en traficantes de basura porque la sociedad nos lo pida: somos carne infecta de cañón y lo hacemos para dar pisto a un público buitre que nos demanda sangre cada día. Somos lo que somos porque no nos queda más remedio. Puede ser verdad porque si no lo haces tú viene otro y se acabaron los problemas mientras las teles siguen devorando este tipo de asuntos en una madeja interminable de culpas, delitos y odios. Valores y derechos como la presunción de inocencia, el respeto a la intimidad o la salvaguarda del honor yacen pisoteados debajo de un porcentaje de share, que es la forma en la que los ejecutivos mediáticos transforman el periodismo en una mera cuenta de resultados, en un balance miserable. Obviamente, hay que ofrecer información de este tipo de acontecimientos, tratar de indagar, buscar, preguntar... Es nuestra labor, pero de ahí a burbujear en el sofisma y los arrabales de tanto dolor y tanta desesperanza no hace nada más que hundir en el lodo nuestro oficio. # Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja