CONFUSIÓN VITAL

El periodismo ha vivido en una confusión vital desde que alguien reparó en su existencia. Los periodistas somos seres atribulados desde niños; yo mismo me enamoré de la profesión viendo a Lou Grant, aquel redactor jefe (imposible por honrado y justo) que colocaba la dignidad de su trabajo por encima de su propio sueldo y de la vanidad que cabalga a lomos de cualquier reportero. Hace unos días una señora me dijo que los periodistas teníamos la culpa de lo que sucedía en Cataluña. Y le di la razón (por Julia Otero, Marhuenda, Terribas o Juliana). Los periodistas y los cantautores, le espeté, por el memo de Lluís Llach y los años de silencio de Serrat. Señora mía, que en este país sólo se libran del espanto los futbolistas y los gais, que son de lejos los únicos estratos sociales que disfrutan de la inapelable intocabilidad de los brahmanes. A veces asisto a las ruedas de prensa y me reflejo en el aburrimiento de cualesquiera de mis compañeras (eros) mientras el espadachín de turno lee cansinamente un papel (le llaman ‘dossier’ cuando alcanza las dos caras) y que previamente alguien ha depositado sobre el pupitre eventual del redactor (a). Quizás los periodistas seamos aburridos porque nos proponen temas tan bucólicos como el recrecimiento de un baden o el descenso en el 0,001% de la conflictividad escolar en el turno de tarde en los centros escolares de La Rioja oriental. O quizás es que no sepamos darle la vuelta a la realidad y nos conformamos con que los jefes nos digan amén. Nacimos soñando con ser Paul Newman en Todos los hombres del presidente y la realidad nos ha devuelto a Sálvame de Luxe con Jorge Javier haciendo un ‘scoop’ a Belén Esteban. Pero les aseguro que todo lo que nos pasa no es culpa nuestra; es culpa suya y solo suya, queridos lectores.