Llevo una temporada acuciado por España, un tiempo inquieto y sobresaltado por las noticias que alumbran su nueva redefinición. Hace unas semanas saltó a la palestra la idea de que España (que todo el mundo sabe que no existe) es en realidad una nación de naciones. Lo dijo Sánchez y lo aprobó el PSOE en su último congreso. ¿Seremos en realidad una nación de tales cosas?, me pregunto. Eso sí, la soberanía nacional es una y reside en el conjunto de los españoles, matizó alguien de la nueva cúpula socialista. Yo puse un tuit al PSOE de La Rioja (sin respuesta todavía) para conocer si dentro de la nación de naciones que es España, La Rioja cambiará su estatus de comunidad uniprovincial a nación. Cuando yo nací lo hice en una provincia de Castilla la Vieja; después, al rendir mi infancia resulta que ya éramos comunidad autónoma, y ahora, que ando frisando los cincuenta me preparo para vivir en la nación riojana. Y todo ello sin moverme, sin coger el autobús (ni el de Josep Pla) ni un tren con dirección a la nación aragonesa o a la soriana. ¿Será nación Soria? Ahora que lo pienso no; los sorianos están abocados a rendir cuentas y bienes a la nación castellano leonesa, a no ser que quieran autodeterminarse y con el derecho a decidir reivindicar la curva de ballesta que traza el Duero, sus ariscos pedregales y las calvas sierras machadianas como hecho diferencial por antonomasia. O Burgos y su Riojilla, que será una nacioncilla dentro de la argamasa de la nación de naciones madre de todas las Españas. El Ampurdá de Pla ha sido un país desde tiempos inmemoriales, como las alubias de Tolosa, los toros de Guisando o el Condado de Treviño, solar de mi madre, a la que quiero mucho. # Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja