La ETA, que es la forma que más le duele que le digan (y que por eso hago mía con alborozo), lleva no sé cuánto tiempo radiografiando su derrota, contando su naufragio y a la vez queriendo dibujar (con unos muchos que le ayudan) un nuevo relato donde vale lo mismo la víctima y el verdugo. Como ganó la batalla de lenguaje, la ETA y sus voceros se han apropiado de la palabra paz como si hubiera sido su conquista. Y es una sucia mentira. Ellos no han traído la paz; intentaron sepultarla bajo coches bomba, disparos en la nuca y ese catálogo de salvajadas que han perpetrado durante décadas en nombre de una patria a la que mancharon con la sangre de los demás. La ETA es la gran mentira de la España contemporánea. Nació en la mentira, intentó destrozar la Transición y llenó de dolor la Democracia al mismo tiempo que una buena parte del llamado pueblo vasco miró hacia otro lado cuando unos pocos tenían que revisar los bajos de su coche por si los amigos de la muerte habían decidido ‘hacer justicia popular’. ¡Algo habrán hecho!, se decía por lo bajini. ¡Que se jodan!, bramaban en las ‘herrikotabernas’, lúgubres bares de muerte donde se fumaban los porros de los camellos a los que asesinaban. La ETA es la muerte y nada más que la muerte. No hay ningún valor cívico o ciudadano que se esconda tras sus siglas de ira; no hay ningún preso político que atienda a su mandato. Están en la cárcel por matar o ayudar a que la ETA mate, extorsione o amedrente. Son la antiética, la antítesis de la Democracia y de los valores que inspiran cualquier clase de convivencia. La ETA es una mafia que ha hecho de la muerte y sus sórdidos arrabales la forma de ver el mundo. El resto es un cuento chino. # Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja