TUVE MUCHO MIEDO
Me pusieron frente a una pizarra redonda, con unos diez tipos a mi alrededor a los que sólo conocía de verlos por los pasillos del congreso yendo y viniendo como iba y venía yo. Me preguntaron qué era y qué no era un restaurante. Comencé a pensar duro: no es un garaje, ni un banco, ni un periódico, aunque a veces, como las estaciones de trenes y los humos de los ferrocarriles (permítaseme esta licencia poética) tengan lo mismo de efímero. Hay tantos restaurantes que es inabordable el asunto propuesto. ¿Se debe comer bien en un restaurante? Claro, entonces por qué hay tantos en los que se come mal. ¿Deben ser un negocio? Desde luego, pero por qué se cierran tantos vencidos por las deudas de unos proveedores que nunca cobrarán. Un restaurante, o restorán, como dicen los clásicos, es una figura ideal pero que no existe. Cada cual que ustedes contemplen les provocará un desengaño. Algunos no tienen cocina, o tienen cocina para dos restaurantes interiores, o en la cocina hay señores que sueñan que trabajan en Hollywood y guisan como Chuck Norris. Ahora cierro los ojos y me doy cuenta de que nunca he estado en un restaurante, me he acercado a alguno especialmente bueno, con cocineros con dedos gordos y afables y camareras distinguidas y discretas. Obviamente, no puse nada de esto en la pizarra porque había infinidad de periodistas a mi lado y tenía miedo de convencerles. # Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja