MIRANDO A LAS MUSARAÑAS

Estudio de Francis Bacon
Ha dicho Susana Díaz que ella hablará «cuando llegue el momento». Estoy impresionado porque reconozco que nunca he tenido nada claro el momento de hablar porque siempre me asalta la duda del según y cómo, que es una especie de pero atónito, un freno y una sordina que hace que lo que uno desea decir le estalle por dentro, como una implosión por la parte del esófago, y que se quede ahí, transmutada en silencio, convertida en nada hacia afuera y en un todo acuciante por las entrañas. Lo más difícil de la vida es saber cuándo «llega el momento». En multitud de ocasiones he confundido los instantes: lloraba cuando tenía que reír, amaba cuando sólo me valía querer o hablaba cuándo lo que era preciso apenas era un susurro. Este fenómeno me ha sucedido mil veces. Un diablo interior me impelía a expresar lo que debía guardar bajo cinco llaves en mi garganta, tanto es así que cuando era tiempo de decir estaba tan confundido conmigo mismo que callaba. El toro en la arena y el torero en el burladero de la cobardía. El miedo es como un crepúsculo donde se asesinan los sueños; el silencio es el desolladero de los presagios. No me canso de describir mi sonrojo porque reconozco mi inferioridad absoluta ante los que aseguran que saben cuándo ha llegado su momento. Ellos tienen los ojos del que sabe, como el poema de Agustín García Calvo; los tipos esos perfectos que conocen el latido de cada uno de sus lacayos y saben que sus vibraciones las controlan con sus músculos, con el aroma de su poder, con el énfasis de su gallardía. Susana hablará «cuando llegue el momento»; yo creo que me quedaré mirando a las musarañas. # Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja