SUICIDIO
Que se desplome la Casa del Cuento tiene algo poéticamente seductor, más allá de lo pomposo del nombre y de lo que pueda dañar a las siempre ávidas arcas municipales. En Logroño somos peritos en casas, tenemos la de las ciencias, la de los periodistas (nótese el plural de ambas), la de la imagen, la de Andalucía, la de la danza y aquella de las tetas, que recibía el apelativo popular por las muchas cariátides en cueros que sujetaban balcones y adornaban ventanas y que a la postre quedó en el arcén del olvido de la inquieta piqueta logroñesa. La ciudad ha acribillado buena parte de su patrimonio sin complejos, por esa absurda creencia en el progreso de tabula rasa, de tierra quemada. La Casa del Cuento, nombre grotesco donde los haya, creo que ha tomado la sabia e inapelable decisión de suicidarse. Violada por dentro, sujetaron su piel a base de una suerte de andamios que la hacían volar y permanecer como si no hubiera pasado nada. Ella se sabía disecada, congelada en el tiempo y querían los arquitectos que pareciera la misma de siempre, pero no... Estaban cometiendo con ella (la casa, el chalet o el colegio de parvulitos) una especie transfiguración traicionera. «Dejan mis muros ajados para sostener la memoria pero me vacían por dentro porque soy una inútil. Les sirve mi piel pero no mi alma, me sostienen de mentira pero borran mi rastro. Así que me suicido», barrunto que pensó. Y eligió una tarde de invierno que no hacía ni frío ni calor, una tarde seca, sin viento para que el polvo de la catástrofe no molestara demasiado a los vecinos y la oposición tuviera algo que decir de la ausente Cuca. Ha dejado claro que se quiere morir, pero tengo para mí que nuestros munícipes querrán seguir sosteniendo su rescoldo con nuevos trampantojos arquitectónicos, con más palabras y definiciones vagamente literarias. # Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja