UN CULO PARA DOS ASIENTOS
Un señor muy serio, con gafas, dijo que necesitaba ser uno y que ése uno tenía que ser él y solo él, sin injerencias de nadie ni de nada para dar sensación cierta de unidad, como en el pasado había sucedido con el que le precedió cuando se disponía a ocupar el sillón. Un sillón con dos respaldos y cuatro brazos; es decir, dos sillones en uno. Un culo para dos asientos y cuatro reposabrazos para dos codos. Parece raro pero es la única fórmula posible. La cohabitación es una utopía en la partitocracia. El señor muy serio habla poco y bajito pero lo expresó muy claro. Yo soy uno pero necesito dos sitios, el que tengo y al que aspiro, como había sucedido antes. Un ‘quítate tú’ en toda regla. Otro caballero igualmente serio pero dotado de campechanía, el que ocupa el sillón que reclama el señor de gafas (para más señas), se quedó callado hasta que salió una señora y dijo que aunque ella estaba muy bien sentada quería los dos sillones, el del señor de gafas y el que reclama el señor de gafas que ahora ocupa el caballero campechano. A cambio dejará el que tiene, pero ocupará con sus dos brazos los cuatro reposabrazos y los dos respaldos. Tres sillones gordos hay y la que tiene uno quiere dos pero no el que ahora habita; casi igual que el serio señor de gafas, que aspira a mantener el que tiene pero que quiere también el que quiere la señora y que ahora ocupa el campechano gentelman. Las malas lenguas aseguran que el señor que no habla no ha dicho nada porque lo que tenía que decir lo ha expresado por la boca de la señora que quiere dar el salto de su sillón a los otros dos. El campechano silencioso parece que ha dado un paso al lado y se queda en la capital. El tiempo no pasa en balde, ni para él ni para el señor de las gafas, que parece muy solo en su torre de marfil, rodeado en silencio por el que no habla y con toda claridad por la señora que sí ha hablado. Y muy clarito. # Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja