De igual modo que escribió Mariano de Cavia, el gran ‘Sobaquillo’, y haciendo mío uno de sus célebres despejos, tengo a gala proclamarme caballero en un jamelgo, a guisa de alguacilillo, entro en la arena, saludo, tomo la palabra y digo: el presidente que fue pero que lo sigue siendo –aquí de la cosa única, amén de parlamentario en la antigua tabacalera– y en Madrid segundo timonel con rango senatorial, acaba de ser nombrado por la reales huestes del más taurino alcanfor ‘Aficionado Insigne’. Premio Nacional ‘Cossío’, nada más y nada menos, para don Pedro María, del que cordialmente les gloso el variopinto relato de sus logros conseguidos para la insigne fiesta del riesgo. Las vacas en Igea recorren sus callejuelas y rematan su resuello en una plaza que por nombre lleva –¡oh cielos!– el de don Pedro María, al que cada año contemplamos, desde un portal refugiado, lanzar valerosos pescozones a la indómita grey bravía. A veces baja a Rincón al toro de San Miguel donde bien es cierto que puso en riesgo su piel y una vez tomó un capote como si fuera un mandil en una fiesta cañí de su tropa más pueril. Aficionado conspicuo es; seguro que distingue un volapié de un par a la remanguillé. Y se sabe al dedillo que los toros de Lesaka bajaron desde la agreste Navarra y que una vez tomado asiento a orillas de Guadalquivir dieron renacimiento a los procaces saltillos. O aquellos dos presidentes del logroñés redondel a los que despojaron de sus pañuelos por orden gubernamental y fueron sustituidos por otros dos de Las Ventas para solaz general. Premio Nacional ‘Cossío’ para don Pedro María; ‘Aficionado Insigne’ para su señoría. ¡Olé, olé y olé!, qué bella fiesta la brava, qué reluciente fortuna para un arte inmemorial al que los políticos usan para su bien personal. A la izquierda, a la derecha, en redondo o al natural, todo me parece poco en un mundo tan floral. # Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja