Existe un hombre en el ojo mismo del huracán, en el epicentro de la sima más profunda, en la mismísima diana del núcleo irradiador, un tipo aferrado a sí mismo que deambula por todos los precipicios y que a pesar de ir acumulando una incomparable suerte de derrotas y palos electorales ha sido capaz de lograr algo inaudito: engañar a Felipe González, burlar al burlador más perfecto de la Democracia, enfrascar al gran genio de la Bodeguilla, de entrada no y de salida tampoco, amigo íntimo de Pujol, míster X, jefe directo de personajes infames para nuestra historia como Barrionuevo, Corcuera (el de la patada en la puerta) o Rafael Vera, con el que se abrazó a la entrada de la cárcel cuando aquel secretario de Estado de Seguridad fue condenado a siete años de prisión como autor de un delito continuado de malversación de caudales públicos. «Ni hay pruebas ni las habrá», decía Felipe... Sánchez, este hombre espigado y apenado, rodeado por todos los suyos girando con la caballería en torno a su pequeña aldea irreductible y con la doña andaluza comiéndole los pies como una termita, ha conseguido el milagro de confundir al maestro de Filesa, Malesa y Time-Export, aquel conglomerado de un presidente que dejó el Gobierno con 3,5 millones de parados y un nivel tal de corrupción y desconfianza en las instituciones públicas que lo de la impresentable Rita Barberá palidece como una margarita en la canícula. «El 29 de junio me explicó que pasaba a la oposición, que no intentaría ningún gobierno alternativo y que votaría contra la investidura del Gobierno del PP, pero que en segunda votación pasarían a la abstención para no impedir la formación de gobierno», ha dicho Glez. que le dijo Sánchez. Uno de los dos miente, o los dos, o todo es una estrategia o una calamidad, o una forma de enterrar el PSOE con Pablo Iglesias aplaudiendo con las orejas. # Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja