VOTO, URNA, DEDOS Y NARIZ

A las ocho de la tarde del domingo la encuesta a pie de urna de TVE (que debió de costar un riñón) colocaba a Pablo Iglesias en La Moncloa, certificaba el ‘sorpasso’ de Podemos al PSOE y vaticinaba para el PP una raquítica horquilla que en el mejor de los casos frisaba los 121 escaños. Era una encuesta a voto entregado, pero fallaba tanto o más que las que nos han venido sacudiendo desde el desastroso estudio del CIS de hace unas semanas. El fallo demoscópico ha desconcertado a todo el mundo, desde Rajoy, que en el que calificó como discurso más difícil de su vida no fue capaz de articular palabra y a Pablo Iglesias y su cohorte, la mediática y la de la nomenclatura de su partido, que se ha visto superado por todos los flancos de la ‘real politik’, destruyendo de paso la sonrisa un tanto forzada del otro gran chasco de la noche, Alberto Garzón. Podemos ha cosechado sus peores resultados donde gobierna (es un decir) los «ayuntamientos del cambio». Entre Madrid, Valencia, La Coruña, Cádiz y Zaragoza ha perdido 200.000 votos. Iglesias, en menos de un año, ha sido capaz de concentrar el 20% de sus sufragios perdidos allá donde decide. Todo un récord, una hazaña electoral nunca vista a la que hay que sumar el efecto congelador de la alianza con Izquierda Unida, una coalición que se reivindicaba a duras penas comunista en el seno de una macedonia que un día era socialdemócrata y dos minutos después cantaba himnos sandinistas. ¿Todo esto explica la gran mentira demoscópica? Creo que no, a pesar de que convendría estudiar qué ha sucedido con ese treinta por ciento de electorado que se declaraba indeciso. ¿Pero se puede estar confuso hasta después de votar? La gente seria no; pero a mí me pasa muchas veces: es meter meter el voto en la urna y ya me estoy poniendo el dedo en las narices. # Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja