Cuando hace diez años actuó Enrique Morente en el Teatro
Bretón de Logroño el alma del maestro de Granada dejó para siempre impreso en
el corazón de su escenario una huella inmortal. A veces, antes de los
conciertos del Salón de Columnas, me acerco a las escaleras que dan a los
camerinos y a hurtadillas contemplo ensimismado sus tablas oscuras y vacías y
me da por acordarme de que en ese mismo espacio había cantado el maestro varias
veces, desde la presentación del disco 'Omega', la obra más fascinante del
flamenco contemporáneo, hasta su última velada en nuestra ciudad, aquella de la
que ahora se cumplen diez años y en la que vino de la mano de Rafael Riqueni,
un guitarrista colosal, misterioso, ‘guadianesco’ y desde mi punto de vista, el
gran creador de la guitarra moderna. Aquel encuentro entre Enrique y Rafael fue
extraordinario, más allá de la absoluta belleza del concierto de dos colosos de
la música universal y de la sabiduría y sensibilidad que ambos fueron capaces
de destilar sobre ese escenario privilegiado. Y esta noche, diez años después, casi
por sorpresa, y como respuesta insuperable a la baja de Israel Galván (el
Ferran Adrià del baile) se volverá a revivir la insospechada poesía de aquella
velada mágica y turbadora. Rafael y Estrella en el escenario bendito del
Bretón; Riqueni y Morente juntos de nuevo, como si un insospechado giro del
destino los hubiera unido de nuevo para comenzar en nuestra ciudad un camino
felicísimo de cante y arte que nadie puede saber dónde puede desembocar.
Estrella es la voz privilegiada y la sabiduría de una niña lorquiana que todo
lo que canta lo hace hermoso y estremecedor; Rafael sostiene con su toque las
notas más precisas con una arquitectura musical inaudita. Veinte años de cante
y de toque que está noche abrirán un círculo del que siempre se dirá que empezó
en Logroño. # Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja