EL DIRECTOR DEL BOSTON GLOBE
Hace unas semanas vi la peli ‘Spotlight’ y no me quito de la cabeza el discurso final del director del Boston Globe al equipo de periodistas que tras un impresionante trabajo de investigación consiguió desenmascarar una trama de abusos sexuales perpetrados por casi un centenar de sacerdotes católicos. El trabajo que les encomendó no era destapar los sucios abusos de uno o dos curas; iba mucho más allá: quería desenmarañar la madeja por la que la estructura de la Iglesia norteamericana no sólo consintió dichos abusos sino que los tapó con un turbio sistema de opacidades y burocracias, de altas y bajas y de retiros espirituales para librar a los sacerdotes implicados de cualquier atisbo de responsabilidad social y penal. El dolor de las víctimas no inundó la película ni un segundo de falsa compasión. La clave es que no era una cuestión de buenos ni de malos; los periodistas en ningún caso aparecían en la pantalla como héroes capaces de sacrificar almas ni haciendas para descubrir una verdad a todas luces incómoda; una verdad terrible también para un periódico que la había tenido diez años antes frente a sus narices y que no fue capaz de atisbar su importancia ni comprender el calado de la brutalidades que se estaban viviendo a unos metros de las atestadas mesas de redacción. El día en el que se publicó la noticia, el director del Boston Globe reunió a su equipo y explicó que trabajos como éste daban sentido al periodismo mucho más allá de cualquier primicia o cualquiera de estos éxitos fugaces de los premios y de los cargos. Yo lloré, claro. Me vi con veinte años menos, con ese afán idealista de joven soldado de la verdad, de vicario de la honradez, de insobornable ante cualquier desaliento. Respiré hondo, leí los títulos de crédito, la música, el nombre de los guionistas… Todo me interesaba mas todo me parecía imposible… # Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja