LA CATÁSTROFE DE SAN AGUSTÍN

Si existe una expresión que me ha cautivado desde los tiempos más remotos de mi infancia ha sido la del libre albedrío, y mucho más todavía cuando descubrí en COU que para San Agustín, y como consecuencia del pecado original, el libre albedrío estaba siempre orientado a terminar en una catástrofe desde la perspectiva de la fe. Por eso, lo diferenciaba de la libertad, que era el uso correcto del susodicho albedrío. Así que me puse a investigar y leí casi por casualidad que para Giovanni Pico della Mirandola, al contrario que para el ‘Doctor de la Gracia’, la esencia de la dignidad del hombre residía precisamente en el libre albedrío, ya que Dios cuando decidió crearnos se dio cuenta de que no nos podía asignar nada específico y resolvió, felizmente para la humanidad, que podríamos «degenerar a lo inferior, como los brutos» o realzarnos «a la par de las cosas divinas», merced a nuestra soberana elección; es decir, la libertad en su máximo riesgo y en su gozoso ejercicio, que diría el pensador italiano. Con esto de los pactos para la confección de un gobierno cada vez más imposible, he descubierto que el libre albedrío es la mayor de las gracias. Albert y Pedro Sánchez han llegado a una especie de acuerdo lleno de matices desconocidos que no le gusta a Pablo, porque Iglesias, como San Agustín, cree en la trascendencia de su mensaje divino y todo lo que no confluya en él es «degenerar en lo inferior, como los brutos». Por su parte, Mariano, irredento perdedor, penetrado hasta la saciedad por lo peor de la corrupción de su partido y su inmovilismo, está completamente solo, como un barquito de vapor en medio del desierto, con los marineros que no saltan por la borda merced a la soldada y sin quererse mezclar con los brutos. Está tan sólo que solo puede apoyarse en Iglesias para ejercer el bloqueo; es decir, la catástrofe de San Agustín. # Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja