BESCANSA Y EL CATOBLEPAS

Cuando sea mayor el bebé de Carolina Bescansa alucinará al ver la que se lió en el Congreso cuando le llevó su madre el día que debutó en el escaño. Pobrecilla criatura, de mano en mano y aguantando que Errejón o Pablo Iglesias le hicieran carantoñas, le tiraran del moflete o simplemente le pusieran esa cara estúpida y grotesca que dibujamos los adultos a los niños para lograr no se sabe muy bien qué clase de complicidad. Carolina llevó a su hijo al hemiciclo como símbolo del cambio; no se sabe muy bien de qué clase de metafísica revolución en la que los que se autodenominan como ‘gente normal’ por fin acceden a unas instituciones dominadas desde hace décadas por una especie de lagartos siderales que vienen gobernando España desde que se murió Franco (más o menos). Era enternecedor ver a semejante mamá subir la escalinata por la que se encaramó Tejero. Eso sí, el bigotudo teniente coronel con una pistola; ella con su bebé braceando para votar. Los que llevan treinta años subiendo con cartapacios o un par de folios sueltos han debido de ser cobras; mejor dicho, catoblepas; seres imaginarios e imposibles con cabezas de cerdo y cuerpos de vaca, tan pesado el cráneo que la cerviz siempre debía estar humillada y mirando al suelo. Cada señoría puede ir al Congreso como le venga en gana y los hemos visto de todas clases: engominados, descamisados, encorbatados, tiesos como un palo y hasta en paños menores subidos al estrado y haciendo el ridículo con un traje de Armani. Tengo para mí que la gente normal no existe; cada uno es cada cual y me parece una barbaridad que Carolina Bescansa presuma de hijo normal desconociendo como es natural el porvenir que le aguarda a su bien amamantado bebé. Condenar a alguien a ser normal es espantoso, aunque lo haga un catoblepas como yo. # Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja