NO AL NO
La ruina de Grecia viene de lejos y arrastra múltiples factores, entre ellos el sentimiento de culpa de Alemania tras el encaje de bolillos (financieros) que tuvo que hacer para sujetar la antigua RDA en la unificación de su territorio y después su entrada a capón en la Europa comunitaria. Todos los líderes de la época conocían que Grecia había falseado sus cuentas para cobijarse en el Euro pero miraron hacia otro lado porque el pecado era aparentemente menor y cada cual poseía bajo su alfombra más de un fantasma. Pero Grecia, lejos de contenerse, se sumergió en infinidad de guerras intestinas entre Papandreu (siempre hay un Papandreu cerca del gobierno en Atenas) y los predecesores de Samarás, derrochando lo que no estaba escrito y creando un Estado sencillamente insoportable por su brutal carga financiera. La ruina operó en dos sentidos: aniquilamiento del sistema interno y descreimiento con la Democracia que venía de Bruselas (lógico), además del pavor del miedo al contagio en el exterior. La deuda es impagable a no ser que se venda el Partenón y las islas jónicas, pero hay que afrontar la reconstrucción nacional helena desde la responsabilidad del propio gobierno y desde la inteligencia europea. El referéndum del domingo fue un despropósito y los que aplaudieron desde España el ‘no’ nos mostraron exactamente el camino que no conviene seguir si queremos prosperidad en este rinconcito de la vieja Europa. El ‘no’ se ha revelado como la esencia suprema del populismo y lo han cantado al unísono Syriza, Amanecer Dorado, Le Pen y Pablo Iglesias. Con ese no, yo digo sí. El no de Alexis Tsipras, Yanis Varoufakis e Íñigo Errejón (entre otros muchos) es exactamente la muerte de la Democracia en Europa y su conversión en una república tan bolivariana como irresponsable. # Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja