SI VAN A PARÍS, NO COMAN

He tenido el privilegio esta Semana Santa de conocer París, la ciudad de la luz, de la grandilocuencia arquitectónica, de sus increíbles avenidas, del Arco del Triunfo o de la pomposa tumba napoleónica de los Inválidos. No les pienso aburrir con mis pesquisas ni con la emoción que supuso contemplar Notre Dame o subir a la Torre Eiffel, pero sí contarles la decepción mayúscula que he vivido con la cocina parisina vulgar de los infames turistas medios como yo y el desangelado servicio de varios de los restaurantes en los que lejos de disfrutar, sufrí una cocina monocorde, arrasada por el servilismo turístico y una especie de internacionalidad marcada por el sabor a nada y los kilos de patatas que te colocan de guarnición para enmascarar filetes inanes o fritangas insuperables. Eso sí, a un pastizal por barba, aunque sea un café o una sencilla infusión. Los millones de turistas que cada año suben al Sagrado Corazón o se aventuran por los Campos Elíseos están condenados a comer mal y lo que es peor, a sufrir camareros que sirven las mesas de los Bistró masticando pan o rebañando en las sobras de los platos para meterse de hurtadillas una patata frita a la boca. No quieren entenderte, no hacen el más mínimo esfuerzo para recomendar nada, para comprender quieres un café, no un martini. Sólo les interesan tus euros, pocos o muchos, pero euros al fin y al cabo. Francia es la patria de la cocina. Sin duda, pero en el París de los turistas medios y vulgares como yo –es decir de la mayoría– se pisotea esa gastronomía maravillosa que ha tenido en Francia uno de sus mayores baluartes. En España seremos lo que ustedes quieran, pero ahora mismo les damos sopas con hondas en cuanto a la calidad gastronómica de nuestros restaurantes medios, tanto en productos como en elaboraciones. Y eso sí, en trato estamos a años luz.. # Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja