EL PENSAMIENTO PLUSCUAMPERFECTO
Tengo la manía de pensar por mí mismo. Lo hago desde que tengo uso de razón y estoy tan convencido de ello de la misma forma que soy consciente de que me equivoco tanto o más que cualquiera, posiblemente más, para qué vamos a engañarnos. Pienso lo que escribo y escribo lo que pienso, quizás no todo lo que bulle en mi cabeza, pero jamás traiciono lo que creo a pesar de que en ocasiones me haya costado algún susto interminable y hasta mi puesto de trabajo. Si hay una cosa que tengo claro es que mi pensamiento no es pluscuamperfecto; es decir, ni sé todo de todo el mundo ni tengo motivos para juzgar o sojuzgar a los que no piensan como yo, lean a Pío Moa, a Chateaubriand, los cuentos de Bolaño o las novelas ejemplares de Cervantes. Quizás diga todo esto por alusiones y citas textuales y entrecomilladas, aunque también creo que sentirse aludido por alguien sin que le mencionen a uno pueda ser síntoma de soberbia por mi parte. Pero no me lo tomo por ese vanidoso camino, sino como un halago que lejos de torpedear mi corazón infantil, me hace ser consciente de que mi afán de ser leído –como el de cualquiera que escriba– hace que quizás mis expresiones no sean lo suficientemente claras y caiga en una retórica consonante como los maravedíes o los talentos, y no digo como los textos más oscuros de Góngora, porque son inaccesibles si uno no está en el secreto de sus construcciones latinas, de sus refinados cultismos y de su elevado conocimiento de los grandes autores clásicos. Mi pensamiento es torpe y sobrevenido, escribo aporreando a un ordenador y doy gracias infinitas a la existencia de la tecla ‘retroceso’, aunque la utilice mucho menos de lo que debiera, no por lo que digo –ojo– sino por mi torpe forma de expresarlo. ¡Ah!, querido Marce, no leo a Pío Moa, aunque si lo leyera tampoco creo que pasara nada. # Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja