Una de las razones por las que el nacionalismo ha impuesto su demagógica ‘mercancía’ en la agenda política española desde hace décadas es porque ha ganado la batalla del lenguaje. Cada día, de forma obsesiva e incansable, los portavoces del separatismo (tanto en el País Vasco como en Cataluña y en otras comunidades con ansias secesionistas), han utilizado la herramienta de la comunicación con una fuerza devastadora, insoportable y radical. Y como muestra este botón: «Tenemos la sensación de que no nos aceptan. Ni como pensamos, ni como hablamos, ni como soñamos». Esta especie de frase es obra de la señora Marta Rovira, de ERC, una de las comisionadas del parlamento de Cataluña en el debate parlamentario del martes. «No nos aceptan», espetó la buena señora. ¿Quién no la acepta?, cabe preguntarse hastiado ante esa poética lamentable del pensamiento, de la lengua y de los sueños. A la señora Rovira le sucede algo terrible: asegura que todos los catalanes no sólo piensan como ella sino que hasta sueñan lo mismo que ella. El problema de estas identificaciones globales es que subyace debajo un fascismo moral incontrovertible. En Cataluña, según su razonamiento, todo el mundo ha de pensar, hablar y soñar lo mismo. En caso contrario te sitúas en la clandestinidad y absolutamente fuera del sistema y de las subvenciones. La señora Rovira, de la que lo único que sé es su incapacidad manifiesta para expresarse con arreglo a la sintaxis del idioma español, es un ejemplo extraordinario de la ensoñación nacionalista cañí: ellos saben en cada momento qué es lo mejor para sus súbditos, lo que les conviene, lo que tienen que pensar y hasta dónde enfocar sus divagaciones nocturnas. Me gustaría tomarme como una broma tanta demagogia barata. De veras que lo intento, pero no puedo.
# Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja
# De Anselm Clavé a Marta Rovira (Memorable artículo de Juan Pérez en Crónica Global)