MEJOR QUE MATARNOS (A propósito de ocho apellidos vascos)

Hacía tiempo que no me reía tanto en un cine como la semana pasada cuando impelido por una especie de tsunami de recomendaciones fui a ver ‘Ocho apellidos vascos’. Lo cierto es que no tenía ni idea de lo que me esperaba y lo que me encontré fue un recital de risas, guiños cómplices con la irrealidad que perfuma nuestra vida desde hace décadas, y especialmente algo extraordinario en España: afán por reírnos de nosotros mismos y comprobar lo idiotas que solemos ser gracias esa culturilla de telediario o de ‘Teleberri’. No voy a transitar en este artículo ni un segundo por ninguna referencia política, no me voy a poner moralista y ni mucho menos voy a dar o quitar la razón a nadie que se haya sentido ofendido por esta comedia (simple y oportunista como nosotros mismos, pero reveladora como pocas). Yo estudié en Lejona y una compañera de clase sentía repelús a tomar el café con leche en un vaso de cristal. «Es que eso es muy andaluz», me argumentaba la pobre, que votaba al PNV (coño equis, que decíamos en La Rioja) y que se llamaba Encarni. Mis tíos de Madrid, por su parte, pensaban que Euskadi era una permanente barricada con tanques de un lado y cócteles molotov de otro. Un profesor que iba a dar clase a nuestros compañeros presos en el Penal de Ocaña se sentía agredido cuando el conductor del autobús de línea ponía ‘Radiolé’ durante todo el trayecto de Madrid a Bilbao. «Lola Flores, he estado escuchando una hora a Lola Flores», nos contaba amargado en clase sin que nadie se atreviera a preguntarle por qué iba hasta Toledo a tutelar a presos de ETA y nos dejaba al resto dos semanas ‘in albis’. Bien mirado, nadie le preguntaba nada ni de aquello ni de lo otro. España es un jardín repleto de incoherencias. Qué maravilloso ejercicio reírnos de nosotros mismos. Reconozcamos que es mejor que matarnos. # Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja.