AYER FUI UN EXTRATERRESTRE


Me miraban con una cara que me sentía como un extraterrestre. Un tipo como yo en un aula de un instituto de Pradejón tratando de explicar el milagro del champiñón a un grupo de chavales que en su mayoría eran hijos, nietos y biznietos de champiñoneros. Me sucedió ayer, gracias a la invitación de la sección que el IES Marco Fabio Quintiliano tiene en tan industriosa localidad de La Rioja Baja. Y allí que me presenté, con el libro bajo el brazo y ante una turbamulta de muchachos con muchas ganas de recreo y un periodista como yo, solo ante el peligro y con el gaznate tan seco como un torero en el paseíllo ante tamaña responsabilidad. En realidad iba a hablarles de ellos mismos, de sus padres, de sus abuelos, de sus bisabuelos. Los profesores del colegio se sentaron estratégicamente entre los alumnos para cortar de raíz cualquier conversación entre los chavales. Y entonces, mientras me presentaba una de las profes, me di cuenta del milagro que es la educación, la dificultad increíble que tiene transmitir conocimientos e ideas y, sin duda, el Everest que supone trasladar valores de una garganta a los ojos despiertos e inquietos de un montón de críos a los que el mundo les arrastra hacia la aventura de la vida como un imán imposible de atemperar. Quizás, nuestra sociedad está mucho más pendiente de lo mediático que de lo real. Y el colegio es la primera gran realidad a la que nos somete la vida. Seguramente que tipos como yo, que llevamos años infinitos alejados de una escuela, no sepamos realmente la importancia del ejercicio de la enseñanza. Ser profesor, maestro, educador... tiene un mérito inversamente proporcional a la atención que solemos dedicarles. Salí del paso como pude. Eso sí, infinitamente agradecido a los profesores por haberme dado la oportunidad de darme cuenta esta primavera de todo lo que me queda por aprender. # Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja.