CREÍA EN LA DEMOCRACIA
Tengo un recuerdo muy vago de la figura de Adolfo Suárez. Yo era un niño obcecado (quizás lo siga siendo) y él siempre salía en los periódicos de oscuro. El sonido de aquellas campañas electorales de mi infancia, con el logo de Donut partido de la UCD y el puño con la rosa de Felipe, permanece tan nítido en mi memoria como cuando había elecciones un martes y librábamos de ir a la escuela, que por arte de birlibirloque se convertía en un colegio electoral, aunque casi ninguno de mis amigos sabía en que consistía aquella felicísima transformación que nos otorgaba un día más para callejear en nuestras bicis. No entendíamos nada de aquella tensión, ni cuando salía el Rey en el telediario (la reina y yo, que decía mi abuelo) o el día de la dimisión irrevocable de Suárez, a la que asistimos en mi casa con una tele en blanco y negro que sé que se cambió tiempo después por una en color en la época de los Ángeles de Charly (a mí me gustaba la morena, qué conste). España era una especie de cataclismo, con la ETA cargándose guardias civiles, policías y militares casi todos los días, con el paro obrero, con los curas progres, el famoso ‘telebombón’ en las noticias y el ballet ‘Zoom’ de Valerio Lazarov danzando alrededor de Rafaela Carrá. Suárez fue asaeteado en España por todo el mundo: la derecha, la izquierda, y del Rey hacia abajo, casi todo el mundo menos Pilar Salarrullana y Eduardo Punset. Ahora todos nuestros políticos le adoran: desde los que le llamaban tahúr del Missisipi y chuletón de Ávila, a los que le negaban la paz en misa o le hicieron la oposición más demoledora y desleal de toda nuestra Transición. Adolfo salió del fondo de la Falange y acabó creyendo en la Democracia como nadie lo ha hecho en esta España desencuadernada que ahora tenemos. Esperemos que su legado no se olvide, aunque me temo lo peor. # Este artículo lo he publicado en Diario LA RIOJA