LA COCINA DE LOS NIÑOS AL PODER

Mario Palacios nos emocionó el lunes frente a la televisión de una manera inusitada. Era increíble verle cocinar con tanta seriedad pero a la vez con una naturalidad y un control de la situación –que era límite– impropia para un niño de su edad. Pero mucho más allá de la victoria (la finalista Ana Luna lo hizo también increíblemente bien, al igual que la mayoría de los dieciséis finalistas del programa) está el mensaje que se lanzó al mundo a través de la cocina y de la gastronomía: educación, respeto y esfuerzo. La mayoría de los modelos que se emiten por la pequeña pantalla se asocian al triunfo hueco y fácil, a la imagen, a que en el fondo no haya apenas más que formas (y en su mayoría malas). Muchos niños se quedaron fascinados por el talento de Mario y el resto de los competidores, no por su foulard azul y sus coquetas gafas, sino por todo el trabajo y las toneladas de naturalidad que hay detrás de esa forma suya tan peculiar de cocinar y comunicar sus inquietudes. Admiro a sus padres aunque no los conozco. Es tan difícil educar, tan complejo dejar ese poso en un crío tan pequeño, que me parecen unos verdaderos héroes en un medio social en el que el triunfo fácil se apodera de casi todo. ‘MasterChef Junior’ ha demostrado que otra televisión es posible, que hay espacio para difundir los valores del esfuerzo, de la superación y de la cultura. Y, además, a través de la gastronomía. # Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja.