LA RISOTADA

La risotada en el coche de Inés del Río provocó una náusea en mi estómago de la que no creo que sea capaz de recuperarme jamás. Pensé para mis adentros que era la primera vez que veía a la mismísima muerte aletear los dientes y sentí frío, una especie de aliento congelado y metálico que me recorrió la columna vertebral y que se quedó aún más aterida por las muestras de alegría de todos los cómplices que han celebrado la puesta en libertad de la autora de 24 asesinatos por los que ha pasado 26 años y tres meses de prisión. Es decir, más de la mitad de una vida consagrada a matar a quemarropa, por la espalda o con un coche bomba en la que la factura final no supera ni los 365 días a la sombra por cada uno de sus asesinatos. No tengo ni idea si resolución del tribunal de los Derechos Humanos es conforme a derecho o no; desconozco si todo esto tiene que ver con la hoja de ruta de la negociación con ETA, si es que tenemos una legislación absolutamente inoperante o si asistimos cada día a la rendición absoluta del Estado de Derecho ante la banda terrorista. No soy capaz de enjuiciar semejantes cosas porque soy lego en materia jurídica y no tengo ni idea de si hay proceso o no, aunque ande escamado desde hace mucho tiempo con movimientos políticos incomprensibles tanto del PSOE como del PP. Sin embargo, me aterra mucho más la absoluta falta de piedad del entorno etarra, la horrible sensación que ofrecen a la sociedad de que les importa menos que cero el túmulo de cadáveres que han dejado detrás y el dolor que provocan con su lenguaje falto del más mínimo escrúpulo. Están en la cárcel por sus asesinatos y no porque quieran una Euskadi socialista e independiente; no son presos políticos, son viles matones, mafiosos, asesinos en serie. Y sus risas sólo provocan miedo. # Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja.