LOS NIÑOS MUEREN GASEADOS EN SIRIA
El mundo se cuece en su propia sangre en Siria. Esa imagen de los niños gaseados, muertos, colocados de uno en uno todos juntos como si estuvieran dormidos no debería dejarnos conciliar el sueño apenas un segundo. Europa y América juegan a las cartas, discuten en sus carísimos organismos internacionales, hablan, reparan en sí mismos, discuten con los rusos, con los chinos, con los japoneses. Mientras tanto, los niños mueren gaseados en Siria, acribillados por la mafia de Bashar al-Asad y su partido Baath Árabe Socialista, un engrudo donde se bañan los peores intereses internacionales, donde se suscitan de una en una cada una de las vergüenzas que sostienen uno de esos regímenes dictatoriales que han mantenido durante años las aguas calmadas frente al mar Mediterráneo. Obama, premio Nobel de la Paz a título preventivo (conviene recordarlo) titubea, no se decide a emplear la fuerza para derrocar al dictador y detener de una vez por todas este baño de sangre tan brutal. Y creo que Washington debe tomar la decisión de intervenir cuanto antes porque la primera potencia mundial no puede quedarse de brazos cruzados ni un segundo más. Como sostiene Carlos Alberto Montaner no se puede permitir que un gobierno extermine a su pueblo. De hecho ha habido masacres salvajes como la de Ruanda que prácticamente han pasado desapercibidas en Occidente con los principales países del mundo obcecados en sus cuitas internas. Es inmoral tanta muerte, es ofensiva, es intolerable. Hay una obligación humanitaria que pasa ineludiblemente por echar a Bashar al-Asad y todos sus leales del gobierno. No es fácil, no es sencillo, posiblemente nos encontremos con bolsas con cadáveres de soldados de regreso a casa. Pero eso o el exterminio. Obama decide: ‘Yes we can’. # Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja